SERIES
Paso 1: Tomar una cantidad x (en este caso diez) de palabras que conformen en el orden que se elija una historia sin conectores
Paso 2: Escribir diez historias que respeten el orden que se eligió dar a las palabras en el paso 1
Paso 3: Opcional, titular las historias
En esta última sección están publicados trabajos que son resultado de ejercicios y que he estimado escapados, sea por accidente o fortuna, a la mediocridad regular y ordinaria de algunos otros, cuya suerte ha sido poblar los archivos de mi computadora pero que sin embargo creo, me han servido para mejorar un poco.
Serie 01
lluvia – agua – nubes – árboles – calle – charco – ráfaga
Culpa
Lluvia, presente en sucesión, herencia de admistÃa, ciclo de agua que porfÃa desde las nubes en canto melancolÃa y espanto, árboles de fruta amarga, hacia la calle la savia llenando cuencos en charco, entre la ráfaga un barco hecha velas a la muerte.
Sin dueño
Lluvia, hilos de agua en la sutura abierta de la mañana rancia, árboles que se retuercen en estertores, escalofrÃos, calle en el delirio de una fiebre que está ganando la contienda, charco de sudor, últimas lágrimas, ya despeja, ya aclara, ráfaga que barre de hojas secas, que rasca el cuerpo sin vida, enroscado contra un macetero de la plaza.
Pastor
La lluvia hecha raÃces, agua que surca en picada los opacos brillos de las nubes, los árboles se agitan mientras corren calle abajo, saltando de charco en charco, arreados por la ráfaga que intenta controlar la desbandada.
En el ring
La lluvia en el cuadrilátero desdentando la tierra a puñetazos de agua, afiebrada de hematomas y de nubes, bamboleante entre las cables y los árboles, ante la calle, que se agita y vocifera enardecida y profiere charcos en arenga, ráfagas de ira vitoreada por los ojos destellantes del empedrado.
Caballo
La lluvia galopando sobre la tierra con sus desherrados cascos de agua, con su montura de nubes, con sus botas de árboles. Calle de crines salpicadas al viento, charco en las narinas resollantes, ráfaga zaina sudando las veredas de la tarde.
Un pájaro en la urbe
Lluvia que crece a la vera de la plaza en los perdonados canteros que el ciudadano ha tenido a bien procurarles, esos espacios mÃnimos, donde y a pesar de su cautiverio canta la lluvia como un pájaro en su jaula, y aletea su agua emplumada ejercitando el músculo que ya no le servirá para volar, nubes que se arraigan a la tierra debajo del cemento empapado, los árboles que siguen lloviendo, la calle que refleja los relámpagos en un ojo sin párpado, el charco encausando a los autos que giran en la ráfaga dentro de las entrañas constreñidas del laberinto urbano.
No es lluvia
No es lluvia, es decir no esa idea acordada de las tildes que mojan. Es agua que discurre desde una altura incierta, desde ese grifo de nubes que alimenta los árboles, abre dique a la calle, amamanta aquel charco e intenta en la ráfaga cambiar su dirección, alcanzar los ojos sucios que la esperan, sucios ojos de vidrio bajo los toldos de la tarde.
Madre
Lluvia y agua claro, muy bonito. El vientre abandonado, las nubes. La nube que ha parido en un segundo plano, no es justo ¿verdad? Los familiares, esos árboles que se han arrancado por motus propio de la calle para venir a la clÃnica y juegan, detrás del cristal de la nursery, a descubrir cuál es el niño. Un charco aquÃ, otro allá, montones de charcos que duermen o gimotean y ya reflejan el mundo. Y las nubes en sus cuartos, olvidadas, en un segundo plano, barridas por la ráfaga de la novedad.
Infante
La lluvia con su agua desde las comisuras de las nubes babea los árboles, escupe la calle, inunda los huecos en charco. Y allà está ella, la ráfaga, limpiando el desastre como una mujer que barre en su rancho el piso de tierra.
Encuentro
Lluvia, abrazos, búsqueda del agua entre las bocas que se abren, nubes que acarician las pendientes, árboles, urdimbre de ramajes que se invocan, que se nombran, se susurran, se combaten. Calle hacia el encuentro, frase que es un charco de savia y de saliva, de hilos que se azoran en la ráfaga, de estertores, de palabras, viejas palabras, nunca dichas antes.
Vecinas
La lluvia trae a la lluvia, y el agua que resbala entre las grietas de las nubes. Llueve entre los árboles que se gritan frases, que comentan la sorpresa, el pronóstico fallido, que se espera de la tarde. De un lado al opuesto de la calle, distanciadas por un charco recién inaugurado, le dice la palmera a la acacia, ¡qué desastre! La acacia que se inclina, la ráfaga la empuja, se crispa y luego cae.
Serie 06
Luna – dedos – paredes –opacidades – desatendà – gente – oleajes
Sin faro
Sobre el rostro extenuado de la luna se lee la violencia de unos dedos. Los pliegues de su vestimenta caen como paredes hacia la tierra y acaban en opacidades de sandalia. La ciudad se retuerce en la epilepsia de su insomnio. La luna con la mirada perdida como quien atiende otras visiones más urgentes o acaso más entretenidas, como quien escapa a la rutina. La luna está viendo otra cosa, no sus pies, no la Tierra ni mucho menos esa micosis de humanos. Desatendà su imagen pensando que era inútil como guÃa, la luna que estaba y que no estaba, podÃa ser una luna pasada que alguien por error no descolgó del escenario. Me perdà entre la gente, ese oleaje incansable rompiendo contra las veredas.
Tregua
La luna hecha dedos como raÃces los helechos. Hebras y opacidades hilan un fino tejido de musgo en bruma. Desatendà el hecho contundente de la noche, no en su llamado hacia el sueño, sà en su evocación de la muerte y dormÃ, como duerme la gente bajo el oleaje trémulo de los párpados.
Terrenal
La luna entre los dedos que la sostienen en el techo de este cielo. Opacidades, lentejas, pequeñas garrapatas, que se hartan de sangre azul, casi negra, la rodean. Desatendà los vastos confines del espacio para atarme los zapatos. En el charco, cara llena, la luna se ahoga sin dar pelea, como esa gente que resigna su dignidad después de un festÃn y deja escapar oleajes, blasfemias, nubes de ojo, pandemias, picores, ajÃes, gangrenas.
Tus ojos
La luna escarba con sus dedos encerados las recónditas narices de la Tierra. Embarra opacidades, se inmerge en las orejas, aplasta los cabellos, se posa en la ojeras. Desatendà su intención escandalosa de hacernos los pasteles de su tela y descolgándome del marco de la noche me vine aquÃ, a los lÃmpidos campos de tus ojos, donde no hay gente inoportuna, ni clientes, ni choferes, ni peatones, ni enfermeras, tan solo estos campos, los verdes prados de tus ojos, el oleaje y la rivera.
Yago